La música… nace del corazón

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Recientemente escuché en la radio a alguien que explicaba algo con lo que coincidía absolutamente y, palabras más, palabras menos, era lo siguiente: los latidos de nuestro propio corazón, constituyen la primera canción que escuchamos al cobrar vida.

En realidad, antes que escuchar, sentimos, así que el ritmo del latido de nuestra madre compone, en efecto, nuestra primera canción. Luego, en la semana 8 del desarrollo humano el latido de nuestro propio corazón se suma a esa vibración, siendo en la semana 12 cuando ya tiene su forma y ubicación que como adultos suele tener.

No es hasta la semana 18 de embarazo que aun siendo fetos empezamos a escuchar los sonidos del cuerpo, siendo la semana 25 en la que el oído ya está formado como un órgano auditivo funcional; las vibraciones que sentíamos ya son audibles entre los seis y siete meses de desarrollo embrionario, así que antes de escuchar, la música se siente.

Muy probablemente, por esa costumbre de acoplarnos con el latido de nuestra madre durante nuestro proceso de gestación, y debido a otros tantos factores biológicos, los seres humanos somos capaces de sincronizarnos cuando cantamos, y así, nuestros corazones laten al mismo tiempo y nuestra respiración va al mismo ritmo al entonar las notas de una canción coral.

Pero no sólo sincronizamos nuestra respiración y latidos del corazón. De acuerdo al Instituto de Neurociencia y Fisiología de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), cantar en un coro promueve el bienestar. Una de las razones de esto puede ser que cantar exige una respiración más lenta de lo normal (o al menos consciente y controlada), lo que a su vez puede afectar la actividad cardíaca. El acoplamiento de la variabilidad de la frecuencia cardíaca (HRV) con la respiración se denomina arritmia sinusal respiratoria (RSA). Este acoplamiento tiene un efecto calmante tanto subjetivo como biológico, y es beneficioso para la función cardiovascular.

Según estos investigadores suecos, en particular el canto al unísono de estructuras regulares de las canciones, hace que los corazones de los cantantes se aceleren y desaceleren simultáneamente. La longitud de las frases de la canción guía la respiración, lo que da como resultado el cumplimiento de las frecuencias y las fases de los ciclos de respiración y los ciclos de HRV entre los cantantes. Cantar produce una respiración lenta, regular y profunda que a su vez desencadena RSA. Esto provoca una actividad vagal pulsante que, junto con la actividad simpática, se interpreta en el contexto de la teoría polivagal de la comunicación de Porge.

La teoría de Stephen W. Porge, tiene implicaciones sorprendentes para el tratamiento de la ansiedad, la depresión, el trauma y el autismo. Adoptada por médicos de todo el mundo, la Teoría polivagal ha proporcionado nuevos e interesantes conocimientos sobre la forma en que nuestro sistema nervioso autónomo mide inconscientemente el compromiso social, la confianza y la intimidad. Es decir, cantar regula la actividad del nervio vago que está involucrado con nuestra vida emocional y nuestra comunicación con los demás.

Quizás la frase feel the beat from the tambourine, de la famosa canción Dancing Queen de ABBA, no se trate de un tambor literalmente, sino que se refiere a que sienta el latido de su propio corazón al bailar… ese latido que compaginamos los coralistas al cantar todos juntos a una sola voz.

 

 

 

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