La música puede hacer que tus niños, por fin, se lo coman ¡TODO!
Sabemos lo difícil que es intentar que un niño se coma todo el plato cuando no quiere. Es por eso que, rebuscando soluciones, hemos dado con la clave: ¡alimentarlos con la música que les gusta!
La música hace que cambie nuestra percepción sobre la comida, incitándonos a comer y a beber más, e incluso, nos lleva a masticar al ritmo del compás musical. Y esto no se aplica únicamente a los niños.
Existe una fuerte correlación entre el tipo de música reproducido en un lugar y el apego de la persona por ese lugar. Cuanto más te gusta la música que escuchas en un sitio, más te gusta ese sitio. Por eso es importante hacer que, tanto la hora de comer como el sitio donde los niños comerán, sea algo divertido. Un momento que ellos deseen disfrutar relajadamente.
El «condimento sónico» para hacer que la comida sepa mejor
Generalmente, las personas juzgan el sabor de la comida con cuatro sentidos: gusto, vista, olfato y tacto. Sin embargo, la percepción a través de la escucha también es esencial. Por ejemplo, las patatas fritas saben mucho mejor cuando están crujientes. Esto demuestra cómo el sonido cambia nuestra opinión sobre la comida. En realidad, la música y una buena comida van de la mano. La música crea una atmósfera que mejora el sabor de la comida. Una ración de buena comida con la música adecuada, es un maridaje muy agradable.
Al sorber espaguetis con ragú de tomate y verduras en un plato hondo, por ejemplo, muchos sentidos se unen para crear la experiencia completa de la comida. Primero, los niños ven las verduras de color rojo brillante y la salsa espesa que cubre los espaguetis. Luego está el aroma fragante, seguido de la masticabilidad y la suavidad que acompañan a cada bocado. Y posteriormente, viene el sabor, una sensación adictiva, ligeramente picante y dulce que provoca un segundo y tercer bocado.
Cuando se agrega ruido a una experiencia gastronómica, puede afectar los niveles de dulzura, amargura o acidez que percibimos en nuestros alimentos. Los científicos han experimentado con tonos únicos, probando cómo escuchar frecuencias y tonos particulares puede afectar la sensación general que uno tiene al comer.
¿Quién no ha disfrutado -laaaaargo rato- sorbiendo la última gota de refresco con un pitillo, pajita, etc., de un vaso? Ya no hay líquido, pero seguimos con todas las fuerzas intentando absorber la última gota que nos regala el hielo derretido en el vaso con tal de “escuchar” su singular sonido.
En un estudio de 2010, el equipo de Spence (Charles Spence, director del Laboratorio de Investigación Crossmodal en el departamento de psicología experimental de la Universidad de Oxford) descubrió que, además de poder conectar diferentes tonos de sonido con los gustos básicos (dulce, amargo, agrio, salado), los sujetos sometidos a las pruebas también combinaron consistentemente gustos particulares con las características de algunos instrumentos musicales, por ejemplo, combinando amargor con metal.
Puede que existan ciertos aspectos de la sinestesia que todos poseemos. Spence también describe a un ruso que informó haber experimentado el sabor de la remolacha al escuchar un tono de 50 Hz, pero que experimentaba un pepinillo salado cuando escuchaba un tono de 3000 Hz. Spence cree que, si bien los sinestésicos pueden tener sensaciones particularmente matizadas, podría existir una conexión real entre la dulzura y los tonos más altos y la amargura en relación a los tonos más bajos.
Por lo visto, los sonidos staccato te hacen mucho más consciente y mucho más perceptivo en todo sentido. El suave sonido producido al morder el queso realza la sensación de hundir los dientes en él, alargando aún más la nitidez del producto. Además, con un ruido entrecortado como el ruido de tambores, la textura del queso resalta aumentando el disfrute.
Ya sea que el condimento sónico sea o no un beneficio para la salud, los científicos creen que en unos pocos años estará en las listas de «ingredientes» de todos los productos comerciales alimentarios.
Pero… ¿A qué ritmo deben comer los niños? (y nosotros ;-))
¿Crees que tiendes a comer más con música relajante o con música estimulante? ¿Influye la música en tu ritmo de comer? ¿Qué dice la ciencia sobre este tema?
Muchos científicos han estudiado los efectos del “tempo” de la música en el número de bocados por minuto y el tiempo total de comida. Un grupo de sujetos, sin saberlo, participaron en un estudio donde se utilizaron tres condiciones musicales: tempo rápido, tempo lento e interrupción musical súbita. Se observó un aumento significativo en el número de bocados por minuto de todos los observados para la música de tempo rápido, lo que sugiere que la excitación es un posible mediador.
La música de tempo rápido daría como resultado un aumento en la velocidad de comer, mientras que la música de tempo lento daría como resultado una disminución en la velocidad de comer. La ausencia repentina de música afectó el comportamiento sin que los sujetos se dieran cuenta, disminuyendo el apetito de éstos y dando por zanjada la comida sin terminarla (¿muerte súbita gastronómica?).
Dicho esto, ¿a qué ritmo crees que deben comer tus hijos para una sana digestión?
¿Afecta el volumen de la música a la forma de comer?
Otro factor estudiado ampliamente es la relación entre el volumen de la música y la ingesta de alimentos. Algunos estudios han encontrado que la música más alta está relacionada con un mayor consumo de ciertos alimentos, donde la emoción se consideró como un mediador, mientras el volumen demasiado alto o bajo desfavorecía el consumo de otros tipos de comida.
Por otro lado, la música alta se asocia con un mayor consumo de refrescos y alcohol. La música de fondo rápida y fuerte impide la concentración en todas las demás áreas de nuestra vida como la lectura, la conducción, el estudio, etc. Esto aplica también a nuestra forma de comer. Cuando la música es demasiado alta invade al resto de nuestros sentidos, anulando el disfrute en el comer. Dejamos de prestar atención a los aromas, al sabor, al color y a la textura del alimento, y bebemos más líquido para contrarrestar la agitación respiratoria y la aceleración del pulso cardíaco.
Entonces, ¿qué tipo de música les pongo a los niños para que coman bien?
Una voz humana hace que las personas perciban que la comida sabe mejor y coman más, de ahí la necesidad que tienen muchos de comer delante del televisor o, simplemente, de salir a comer solos en lugares concurridos para sentirse acompañados con el gentil rumor de los demás comensales. Esto afecta también a los niños, cuya personalidad está apenas formándose, por lo que hacerlos comer mientras les hablamos cálidamente aumentará su apetito.
La música clásica parece ayudar a reducir la ingesta de alimentos salados, aumentando el disfrute de la comida con sus propios sabores esenciales. Las personas también tienden a pasar más tiempo comiendo cuando suena música clásica o jazz en lugar de música pop, así, en cierta medida, el tipo de música está relacionado con la cantidad y tipo de alimentos consumidos.
Las personas también pueden cambiar su evaluación de la frescura de los alimentos dependiendo de los sonidos que emergen en la mordida. Según esto, no es lo mismo el efecto en el apetito que ocurre al morder una lechuga fresca, jugosa y crujiente, que el de una lechuga mustia y deshidratada. Galletas, patatas fritas, frutos secos, pan tostado, cebolla cruda, y todo lo que hace “crunch” al morderlo perdería su efecto si la música estuviese demasiado alta, asimismo sucedería con todo aquello que hace “chop-chop”, como una buena salsa donde mojar pan recién hecho del día, o “srrrrrp” como la sopa caliente en invierno….
Conclusión
La música es una herramienta de felicidad que, usada correctamente, ayudará a nuestros niños a disfrutar de la comida en nuestra compañía. No te olvides de echar una pizca de este “condimento sónico” en tu próxima receta y…
¡Feliz ñam ñam!
Pss, pss… Si te gustó el artículo, deja un comentario con tus “sonidos culinarios” favoritos, el mío es cuando destapo una botella bien fresquita de cerveza en verano: “clac-pshhhhhhhhh”
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