¿Por qué cantar en una coral?

Por qué cantar en una coral
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Siempre lo cuento… ¡Porque mi psiquiatra me lo recetó!  Y muy seriamente: “puedes hacer lo que quieras” me dijo, “menos dejar el Coro”. Él nunca había pertenecido a una coral, ni siquiera cantaba. Pero podía intuir como esa actividad contribuía, inequívocamente, con mi salud mental.

¿Por qué cantar en un coro?

Imaginemos por un momento… una sala de ensayo, regular, constante, predecible, donde todo cobra un orden y un peso estabilizante. Donde la pauta son “Los 10 Mandamientos del Coralista”, practicados con disciplina y cariño, donde te toca empatizar con algunos, simpatizar con otros, tolerar, convivir en armonía con otros, en pos de un objetivo común. Allí se forja una persona cabal, socialmente funcional con anhelos llenos de esperanza y frustraciones adoctrinadoras. Allí se produce un encuentro cotidiano con distintas personas-personalidades-voces, unas afines, otras no, todas imprescindibles, que apacigua al ego y eleva el espíritu.

Independientemente del universo emotivo que todos sabemos se puede maniobrar con la música, hay un aspecto que se exacerba cuando cantas: aquel que tiene que ver con el placer de interpretar algo que conoces.

En los momentos críticos de mi vida pertenecer a un coro  me ha brindado un asidero. Es una actividad variada en su forma. Cada ensayo es único, sorprendente y siempre termina siendo gratificante y, sobre todo, energizante. Por un lado, están los ejercicios de respiración, que no solo expanden tu capacidad pulmonar sino que contribuyen con una mejor oxigenación del cerebro. Por otro lado, está la vocalización que prepara a tu instrumento y a la vez funciona como mantra para ajustar el foco. Y comienza el ensayo de las piezas, el trabajo de repetición, hasta que salga … Solo el director sabe cuándo. Aunque a veces, un poquito, nosotros también. Porque esa vez, cuando sale bien… sentimos placer.

Analicemos también el aspecto cognitivo. Aprenderse la letra y el ritmo. El solo ejercicio de memorizar una partitura, el uso de recursos mnemotécnicos para recordar cuál es la estrofa que viene y cual melodía toca ahora, implica un ejercicio mental que fortalece las conexiones neuronales y contribuye con la prolongación de la lucidez.

Neuronas y música

Lo que nunca me pude imaginar fue que la actividad coral pudiera tener ese efecto extraordinario que describo aun sin haber ensayos, ni conciertos, ni nada de nada presencial. Con la pandemia se dificultó la forma ordinaria de funcionar de los coros. Yo quedé paralizada. ¡Se suspenden los ensayos! ¿cómo llenar el vacío?  Sobre todo, al principio cuando no estábamos organizados para aquello de los conciertos virtuales. Yo no podía prescindir del coro, de cantar y de rozarme con toda esa gente, querida, profundamente amada, independientemente de ellos mismos. Entonces decidí seguir por mi cuenta.

Escogí una pieza, la Negra Atilia. Me inspiró ver a Nella cantarla (Marianella Rojas, Isla de Margarita, Venezuela, 1989). Ensayé concienzudamente, me la aprendí a la perfección, nota a nota, afinación exacta, fraseo, un reto a la memoria y la virtud.  La grabé. Sabía que no era gran cosa, pero estaba segura de que mis compañeros, al escucharme, disfrutarían tanto como yo de mi esfuerzo. Porque estamos en el mismo coro y cuando uno suena, sonamos todos.


Después y paulatinamente se activaron las neuronas y la música coral se proyectó de forma extraordinaria. Esfuerzos apabullantes, uno detrás de otro, dieron su fruto con resultados insólitos. Las redes se inundaron de presentaciones hermosísimas. La música coral se apoderó del mundo y el mundo de ella. Un escenario reservado a los Coralista se expandió, más bien se desparramó, y el mundo entero quedó embebido de conciertos y experiencias musicales, algunas corrientes para nosotros, pero novedosas para quien no está familiarizado. Se amplió nuestro público ad infinitum.

La semana que viene hay ensayo. Volveremos a nuestra sala. Se llenará de gozo mi día.

Por todo esto, una Coral…

¡Y, además, porque suena bonito!

 

 

 

 

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