Cantar es un juego en el que siempre ganas.
Para escribir, puede ser de gran utilidad leer con antelación sobre el tema escogido. Sobre todo, si entre los posibles lectores hay alguno ilustrado y no son todos simples neófitos, como una servidora.
Comparto una de las lecturas previas a este relato, pedestre, pero muy a propósito, sobre el tema a abordar. Así, al menos todos sabremos, como mínimo, lo mismo, y queda definida para todos la tabula rasa.
En mi coro las cuerdas funcionan como en casi todos los coros. Los Bajos, algunos altos, otros bajos son el corazón del coro. Se sientan detrás de nosotras, las Altos, se portan bien, se saben siempre su parte y sin ellos, nosotras, no sé si el resto, estaríamos perdidas. Todo sucede a partir de que ellos nos dan la pauta tonal y rítmica. A mí me parece una cuerda elegante.
A su lado están los tenores, a quienes por lo general les toca la parte más difícil del arreglo. A veces llevan la melodía, eso es fácil, y cuando no lo hacen, por lo general van haciendo figuritas complejas y a contratiempo. Deben tener mucha memoria, sentido del ritmo y de la armonía. Me encanta aprenderme su voz… Más de una vez, al menos en Ave Fénix, los directores nos han pedido que los apoyemos, lo que resulta en un curioso y bello crisol.
Los tenores son audaces. Tienen la responsabilidad de dar apoyo a la cuerda más compleja del coro. Están detrás de ellas y construyendo con ellas la línea melódica de forma entreverada. Se complementan. Se alternan el rol de cantar “la parte conocida”. También se llevan la gran parte de los solos por lo que deben aprenderse tooooooodas las letras. Una hurra a su memoria prodigiosa.
Ahora es el turno de las sopranos. A ellas no hay quien las entienda. De hecho, abro aquí otro paréntesis para relatarles mi experiencia con esta cuerda. Mi primera incursión en un coro fue en el de mi colegio en primaria, dirigido por la Profesora Noemí Lugo. Yo tenía una voz aguda, más o menos afinada y con un volumen quedo, debido, sobre todo a mi timidez. Era solista. ¡Y ya!… eso fue todo. A partir de allí aprender a tocar piano, cuatro, guitarra fueron actividades que hice, sobre todo, por compartir con mis iguales e incluirme en el bonche. Pero realmente, salvo pequeñas experiencias muy informales, no volví a cantar. Otra vez las morochas me convocan a hacerlo. Esta vez en Kolenu, el coro de Hebraica, dirigido consecutivamente por Irina Capriles y Roberto Ruiz. Marisol, sin mediar palabra me jaló a la cuerda de Contraltos y a su lado, para mi gran disfrute, por fin, pude aprenderme la segunda voz, la que ella cantaba y que yo tanto admiraba. Kolenu significa Cantemos Juntos en hebreo. Era un coro mixto senso stricto. Con ellos aprendí el Te Quiero, La Negra Atilia, Canción Con Todos, La Barca de Oro, El Jerusalem de Oro, Ose Shalom, Viy’huda Le’olam Teshev, en fin, un repertorio muy rico que me brindó el entrenamiento necesario para hacerme digna de formar filas en Ave Fénix.
Al llegar a Ave Fénix, no hubo duda, Yo Soy Contralto… Hasta que un día, por esa curiosidad infinita que me producen todavía las Sopranos, se me ocurrió la peregrina idea de pedirle a Alberto permiso de saltar la cuerda y probar ser soprano. Mi asombro más grande fue que, al contrario de TODAS las veces que sugerí algo durante nuestra relación Director/Coralistas, esa fue la primera y única vez que me dijo: “Sí, me parece buena idea”.
Puede que lleve un Blog completo describir esa experiencia. No sé quién estaba más molesta, si las Sopranos por la intrusión o las Contraltos por el abandono. Fue una experiencia fugaz, indescriptible. Ellas siguen siendo un misterio para mí.
Yo volví a mi redil. Nos hacemos llamar Contraltos, las mejores. Aquí estoy feliz. No necesito más. No creo que haya una cuerda más sólida que nosotras. Hacemos un bloque parejo, nuestra participación produce un telón de fondo que a veces, cuando ventea la batuta, resalta y conmueve. Soy una contralto feliz.
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